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Bajo Arboles Mojados

Cuentos

Elecciones

El partido de los miopes resultó vencedor de las elecciones. A los pocos días, impusieron el uso obligatorio de las gafas a todos los habitantes del país. Se habían cansado de tantos años de burlas por sus lentes. Cuatro-ojos pasó a ser un adjetivo loable.

Debido al abuso de poder que quedó más que patente, los daltónicos impulsaron una moción de censura, que ante las dificultades e irregularidades que sufrió, se transformó rápidamente en un golpe de estado, con el apoyo de los sordos y tartamudos.

Con el nuevo gobierno, las cosas no fueron mucho mejores. Se suprimieron los colores en el país y la comunicación pasó a ser exclusivamente mediante el lenguaje de signos.

Y entonces llegaron los albinos. Con una astucia nunca imaginada, crearon una religión en la que ellos mismos se alzaban como representantes de los dioses sobre la tierra. El populacho, receloso y temeroso, comenzó a alabarles con ofrendas desorbitadas, por lo que los dioses-blancos (como se hacían llamar), pasaron a ser uno de los sectores más ricos e influyentes.

No tardó demasiado en aparecer la primera casa real del país, elegida por la coalición de homosexuales y transexuales que poco tiempo atrás se habían hecho con el poder mediante una manipulación de las urnas. Como no podía ser de otra manera, el rey era un bisexual bien dotado que eligió como acompañante al trono a un poeta loco (aunque las últimas habladurías comentaban la existencia de un harén de mujeres y hombres que saciaban sus instintos más salvajes).

Y por último, llegó la república...

Recitar

Hasta no hace demasiado tiempo, aún conservaba la afición de ir al cementerio con mis amigos a escuchar recitar a los muertos.

Poco después de que se pusiera el sol, y con el vigilante ya roncando frente a una pantalla que gritaba los últimos cotilleos, nos metíamos por el hueco que quedaba bajo la puerta nueva, siempre armados con una linterna y una manta para combatir el frío de las tumbas.

Después cada uno elegía un muerto. Tenía amigos que preferían repetir, es decir, que siempre se quedaban con el mismo. Yo, sin embargo, me cansaba pronto, y me gustaba escuchar historias nuevas, por lo que rara vez elegía el mismo difunto.

Así pues, una vez realizado el reparto, extendíamos la manta y nos recostábamos sobre ella, con la oreja atenta a las palabras de la persona que yacía bajo nosotros.

Al princicio nada.

El silencio.

Pero poco a poco, cuando nos acostumbrábamos a los murmullos de los alrededores y al rechinar de los ataúdes, sus voces comenzaban a hacerse audibles.

A penas susurros.

Ellos, repitiendo, impertérritos, todos los recuerdos de los que disponían. Para no olvidar.

Obviamente, cada vez que volvían a empezar habían olvidado alguna cosa.

Espero que no fueran conscientes de que al final, como a todos, les alcanzaba el silencio...

Tapetes (fragmento)

Una noche,
mientras volvía, como siempre,
borracho a casa,
confundí (siempre me confundo)
la puerta, la cama
y el pecho al que abrazarme...

Enterrado

Se estaba ya haciendo tarde y ni debía dejar de correr. No faltaba tanto para alcanzar el bosque.

Los matojos de malas yerbas herían sus piernas, y minúsculas gotas de sangre comenzaban a caer, manchando de morado y rojo los calzetines y unas zapatillas desgatadas.

Por fin los primeros àrboles. Cada vez más espesura. Cada vez más difícil avanzar.

Y cuando alcanzó el claro de los lobos, con los últimos rallos de luna sobre su cabeza, con los primeros rayos de sol en el horizonte, cavó un gran hoyo, una sepultura. Y se enterró.

Hasta la próxima vez...

Ella (IV)

No volvió hasta 8 años después. Yo había aguardado impaciente todos los años al comienzo del verano.

Cuando el grano comenzaba a amarillear y la gente del pueblo preparaba sus mercancías para canjearlas con la carabana. Cuando llegaban los más pequeños corriendo desde el río, con el agua aún cayendo de sus cabellos, y con los caramelos regalados en las bocas, que no se podían cerrar por la alegría.

Por siete años esperé sin encintrar nada más que simples palabras de consuelo. "Esta bien, ha crecido, es muy inteligente ahora" (te hecha de menos)...

Volvió. Llegó levísima. Pétrea. Recostada sobre unos tablones repletos de flores, con los dedos de ambas manos entrelazados y los ojos cerrados.

Volvió. Llegó muerta.

Ella (IV)

No volvió hasta 8 años después. Yo había aguardado impaciente todos los años al comienzo del verano.

Cuando el grano comenzaba a amarillear y la gente del pueblo preparaba sus mercancías para canjearlas con la carabana. Cuando llegaban los más pequeños corriendo desde el río, con el agua aún cayendo de sus cabellos, y con los caramelos regalados en las bocas, que no se podían cerrar por la alegría.

Por siete años esperé sin encintrar nada más que simples palabras de consuelo. "Esta bien, ha crecido, es muy inteligente ahora" (te hecha de menos)...

Volvió. Llegó levísima. Pétrea. Recostada sobre unos tablones repletos de flores, con los dedos de ambas manos entrelazados y los ojos cerrados.

Volvió. Llegó muerta.

Segundos

Esta mañana, como casi todas las mañanas, recién levantado, me he preparado mi café con leche. He tomado un poco del que sobró anoche y con un chorro de leche, lo he metido en el microondas.

He notado, desde hace unos días, que el susodicho electrodoméstico hace un ruido extraño, que he atribuido a algún roce con el plato que hace girar los alimentos.

Pues hoy no ha sido menos escandaloso, hasta el punto de que he debido sacar mi vaso (frío!) porque al no girar el plato, el microondas se paraba.

Y ahí han comenzado las cosas raras. Porque al mirar el reloj, como había hecho solo cinco minutos atrás, he comprobado que volvían a ser las 8'26...

Bueno, se habrá roto mi reloj, he pensado.

Pero cuando he decidido salir, ya con la bici en la mano, he notado que no se escuchaba el típico tráfico al final de la calle. Porque de hecho, estaban todos los coches parados en mitad de la carretera, con sus ocupantes cabreados, incluso dando girtos, dentro, incapaces de hacerlo arrancar o de abrir las puertas.

Llegado a este punto, he subido corriendo a casa otra vez y he comprobado mis sospechas.

Y al levantar el plato del microondas, me he encontrado un segundo que no había dejado correr...

Chist...

Exhausta, apoyó la cabeza en mi regazo y nos envolvimos en una manta gruesa y peluda que alguien nos dio, pues soplaba un viento frío; en la superficie del río flotaban las grises hojas secas.

-Esta llegando el invierno -dije yo.
-No -dijo ella, soñolienta-. No está llegando.
-Alguna vez tiene que llegar.
-No.
Bueno, si el invierno...
-Chist... -dijo ella.

"El verano del pequeño San John", de John Crowley.

Tensa espera

Allí sentado, no podía más que esperar.

Mientras, los fantásmas y espíritus de formas atroces entraban tras la puerta gris inmensa. Siempre después de que la foz pronunciara aquello que no podían ser más que sus nombres.

Nombres latinos; nombres con consonantes inpronunciables por mi boca; nombres extraños y conocidos a la vez...

Entonces, el ángel de alas negras salió por la puerta. Desnudo.

Y pronunció mi nombre.

Entonces, entré.

Niebla

Es una masa blancuza que no deja ver... Hay incluso escarcha en las superficies de los objetos màs frìos...

El hielo intenta crecer sobre mì... La niebla no me deja ver...

Alguien encienda el faro, porfavor...

Arte

Las esculturas eran gigantescas, y nadie podía explicar de ningún modo su presencia allí, a la entrada del arco sagrado.

Los viejos contaban leyendas sobre dioses juguetones, que se dedicaban a construír formas humanoides con granito de las montañas circundantes.

Otros, sin embargo, atribuían la autoría a los locos escapados del sanatorio de la falda de la colina.

Fuesen quienes fuesen los "culpables", sólo se podía decir una palabra para sobre ellas.

Eran geniales...

Secretos

Quizá no fueran nada más que eso, simples susurros en la noche.

Yo, sin embargo, me decidí a pensar que más bien pudieran ser aquellos secretos que intentabas esconderme...

Nómadas

Como cada año, depositamos la ofrenda en medio del camino. La gente que pasaba, la miraba respetuosa, e incluso añadían elementos a la inmensa pira.

Ropa de abrigo, comida preparada para llevar en los largos viajes... Y el joven elegido, como cada 27 años, para comenzar su viaje iniciático.

Responsabilidad que había caído sobre mí, después de mis facultades demostradas poco tiempo hace. El desmayo... Dicen que hablé sin parar. Que adiviné la sequía del invierno pasado. Y que después conseguí apaciguar al monstruo y hacer que se fuera... Yo no recuerdo
nada. Siempre es la misma sensación. Primero desfallezco, y luego me cuentan historias que me cuestan de creer...

Pues allí me encontraba, en la fría noche de la segunda luna llena del año, junto a la gran ofrenda que mi pueblo ofrecía a los nómadas por protegernos.

Y fue más o menos cuando los lobos comenzaron a rondar, y yo ya temía por mi seguridad, cuando los vi llegar a lo lejos, con las capuchas cubriendo su rostro...

Baño Turco

Baño Turco Fue en aquel verano que pasé en Turquía... Una tarde paseaba tranquilamente por las calles estrechas cuando una tormenta me sorprendió sin paraguas.

Bueno, la verdad es que nunca fui amigo de los paraguas, pero en este caso la lluvia estaba alcanzando proporciones bíblicas, así que decidí entrar en el primer establecimiento público que encontré abierto...

...que resultó ser un viejo baño turco.

Aunque un poco reticente al principio, a los pocos minutos ya me había quitado la ropa y paseaba con una toalla anudada a mi cintura por aquellas salas. El vapor era acuciante, sin embargo cada dos pasos había fuentes de agua fría para restablecer la temperatura corporal dentro de márgenes aceptables.

Y fue allí, en una de las pequeñas salas privadas en las que me asomé, donde me lo encontré, esperándome, aún sin conocernos, para empezar una tranquila partida de ajedrez...

Catalejo

Cuando entré en la sala la encontré prácticamente desierta. Tan solo había una pequeña mesa rodeada de cojines y una especie de telescopio montado sobre un trípode que se apoyaba en la mesita.

Reí, pues nos encontrábamos en una de las viviendas interiores del Edificio, donde aquel instrumento carecía por completo de valor.

Sin embargo tomamos asiento los dos, uno enfrente del otro, y nos miramos fijamente a los ojos.

Pasaron unos segundos que me parecieron una eternidad, antes de que me ofreciera, con un simple gesto y aún sin abrir la boca, mirar a través del extraño catalejo.

Obedecí, creyendo aún mis propios prejuicios, hasta que la bruma que apareció en un principio se disipó...

Concentrado

La pitonisa se sentó delante de mí con mucho cuidado, intentando hacer el menor ruido posible. Yo hacía días que no me movía, no quería abandonar la posición.

Concentrado.

Con suma cautela preparó un té. Rojo. Y sirvió el contenido del recipiente de plata en dos tazas anchas. Lo bebí de un trago, aunque casi me atraganto con alguna de las hojas de la infusión.

Ella tomó corriendo la taza y comenzó a leer aquello que había escrito en las hojas. No le costó demasiado tiempo fruncir el ceño. Acto seguido, cogió mi mano y se ensarzó en la búsqueda de las líneas de mi mano.

Mi mano lisa.

Espantada, se levantó y comenzó a gritar. ¡Traidor, impostor, esto no es posible! Todos tenemos escrito nuestro destino...

Yo me reí, dejé el dinero sobre el diván y me marché.

Me esquivó al pasar por su lado...

Leche

Tras los 6 días de dieta obligada, las alucinaciones comenzaron venir. Aunque no era un método muy saludable, los resultados no pudieron ser mejores.

Primero comencé a preguntarme sobre mi propio estado, y entonces, yo mismo me respondí sinceramente que, quizá, debía comer algo si no quería perder el conocimiento.

El viaje a la cocina y a la nevera fue increíble. Creo que me acompañaron un par de ballenas por el pasillo, y no estoy seguro de si iba caminando sobre nubes o sobre un fango muy suave. Quizá era mousse de chocolate, porque acto seguido decidí recostarme y comenzar a lamer el suelo. No sabía mal (había limpiado concienzudamente por la mañana).

Después di un largo trago directamente de la botella de leche, que aunque estaba lógicamente fría, entró en mi cuerpo ardiendo, recorriendo la garganta, atravesando mi estómago y cayendo al suelo.

Me había hecho incorpóreo. Desnudo e incorpóreo.

Unas pocas gotas de leche cayeron por mi panza. Inexistente. Con la mano esparcí el líquido al tiempo que intuía mis costillas, demasiado marcadas. Las caderas parecían una silla esperando alguien para sentarse.

Mi sexo, arrugado, parecía a punto de desaparecer...

Empacho

Cuando la noticia saliò a la luz, toda la comunidad cientìfica no pudo màs que agachar la cabeza.

Las fotos eran evidentes. Aquellos investigadores habìan jugado con la genètica humana en tiempos de la persecuciòn. Aquello no tenìa ninguna excusa. Pero el que, tantìsimo tiempo despuès, los experimentos se hubieran continuado haciendo, no tenìa ninguna explicaciòn.

En las imàagenes se veìan fetos con cabezas gigantèscas de mosca. Ratones con extremidades humanas, vegetales... Incluso se llegaba a apreciar en alguna de las fotografìas que aparecieron en los informativos, un bebè gelatinoso...

Lo siento, pero hoy he tenido un empacho de genètica del desarrollo...

Tren

Deseó no haber abierto nunca la cortina del vagón.

La primera vez que lo hizo, él se encontraba allí. Fue una decisión desesperada. Cogió todo su equipaje (que en realidad constaba tan solo de una bolsa de tela pequeña, con tres o cuatro libros) y se bajó del tren.

No le conocía. Sin embargo se le acercó y le besó. Sabía por su cara triste que él no rehuiría aquel beso.

Ahora, tres años después, volvía a subir en aquel tren para continuar el viaje que nunca debió interrumpir. Relajada, ahora, sí, se sentó en su correpondiente asiento aún sin notar nada.

Cuando la pequeña pasó rozándola con su bufanda a rayas de colores comenzó a sospechar. La vieja que se le sentó enfrente lo acabó de confirmar todo.

El tren la había estado esperando. Las mismas personas. El mismo ambiente.

Cerró los ojos y se durmió. Un último pensamiento le dijo que nunca más volvería a despertar...

Flautista

La verdad es que nadie sabe la razón por la cual los habitantes abandonaron el poblado.

Pero cuando el delegado de correos llegó, como hacía todas las semanas, no encontró más que un pueblo fantasma. Extrañado, comenzó a vagabundear por las pocas y estrechas callejas, en busca de algún signo de vida, más todo su esfuerzo fue en vano... Llamó a la policía y en poco tiempo los alrededores volvían a estar repletos de actividad. Por todos los rincones, agentes de la policía especial alumbraban con lámparas especiales, buscaban casi con microscopio algún indicio que les pudiera esclarecer la ausencia de los habitantes.

Nada.

Simplemente, la gente se había ido. De la noche a la mañana.

Hubo varios intentos de repoblar la zona, incluso una famosa agencia inmobiliaria invirtió una gran suma de dinero construyendo un campo de golf cercano. Pero nadie se atrevía a volver a vivir allí.

Temían, todos, levantarse en mitad de la noche, como suponían hicieron los habitantes primigenios, y andar directos hacia la caverna oscura que se introducía en las faldas de la montaña cercana, siguiendo a aquel extraño ser que parecía tocar una flauta...