De vuelta al palacio de la Luna
Al tiempo que abría el portón con la llave plateada que llevaba siempre colgada del cuello, me invadió un fuerte olor a cerrado. Hacía casi tres meses que no ponía los pies por allí, y se notaba en el polvo acumulado sobre los muebles.
Tras dejar mis baúles en la habitación de la torre, corrí al gran salón para encender la chimenea, pues el ambiente era frío.
No había luz, ni la habría en los próximos 14 días, por lo que tenía que deambular por las estancias con una lámpara de aceite hasta que saliera al jardín junto al bosque para recoger unas cuantas luciérnagas, que volverían a dar vida y a iluminar el palacio una vez volaran libres por el techo.
En mi continuo deambular por los pasillos, crucé en varias ocasiones algún espejo, que las primeras veces aún me devolvió la imagen de un chico de cabellos rizados, nada que ver con la cabeza redonda tapizada con un césped de pelo corto que lucía desde el fin de semana.
Y tras realizar las comprobaciones de rigor, bajar al bosque a por algo de leña y recoger en una botella de conserva un algunos centenares de coleópteros luminosos, me deslicé entre la alfombra y una mullida manta, frente al fuego, y me abandoné con un libro, rodeado por aquellos muros de melancolía cristalizada mientras, allá arriba, la Tierra aparecía por el horizonte.
Tras dejar mis baúles en la habitación de la torre, corrí al gran salón para encender la chimenea, pues el ambiente era frío.
No había luz, ni la habría en los próximos 14 días, por lo que tenía que deambular por las estancias con una lámpara de aceite hasta que saliera al jardín junto al bosque para recoger unas cuantas luciérnagas, que volverían a dar vida y a iluminar el palacio una vez volaran libres por el techo.
En mi continuo deambular por los pasillos, crucé en varias ocasiones algún espejo, que las primeras veces aún me devolvió la imagen de un chico de cabellos rizados, nada que ver con la cabeza redonda tapizada con un césped de pelo corto que lucía desde el fin de semana.
Y tras realizar las comprobaciones de rigor, bajar al bosque a por algo de leña y recoger en una botella de conserva un algunos centenares de coleópteros luminosos, me deslicé entre la alfombra y una mullida manta, frente al fuego, y me abandoné con un libro, rodeado por aquellos muros de melancolía cristalizada mientras, allá arriba, la Tierra aparecía por el horizonte.
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