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Bajo Arboles Mojados

La literatura (IV)

—Bueno, pues eso, buenas noches...

—¡Jo!, no me dejes así, no tengo ánimos para bajar ahora solo a casa.

—Si quieres... si te apetece, puedes subir un rato a casa y hablamos... Pero no tenemos que hacer ruido, que mi familia duerme...

Subimos por las escaleras y abriste despacito la puerta, para no hacer ruido. Entramos y fuimos directos a tu habitación.

Una vez allí, nos sentamos cada uno en un rincón de la cama, y con la luz de una sola vela comenzamos a hablar, y pasaron los minutos.

—Si no te importa, voy un momento a la cocina, que necesito beber un vaso de agua.

—Tranquilo, ve, te espero aquí.

Y cuando volví te encontré metido en la cama, con la sábana hasta el cuello.

—Es que tenía frío y he pensado que aquí dentro dejaría de temblar.

Continuamos hablando de nuestras cosas, de nuestros problemas en la uni, de nuestras preocupaciones con los amigos, de nuestros planes de futuro. Y de pronto yo comencé a temblar. Quizá fuera por tu proximidad. Quizá porque realmente tenía frío.

—Métete en la cama... si quieres. Aquí se está calentito.

—Ya, pero es que la ropa me molestaría... Y además, se está haciendo tarde. Aunque yo estoy muy bien aquí, y no estoy nada cansado...

—Pues quítate lo que te moleste y te quedas un rato más hablando...

Y mientras me quitaba la camiseta y los pantalones, vi tus ojos, que me contemplaban con deseo. Y al apartar la manta para dejarme entrar en la cama, te descubrí a penas vestido con la ropa interior... Y metí los pies dentro de la cama y encontré los tuyos, que tomaron los mío fríos, al tiempo que tus manos cogían las mías y comenzaban a acariciarlas, acercándote cada vez más a mi cabeza.

Y tus mientras tus manos recorrían el trayecto que les faltaba, tus labios hacía ya unos segundos que habían encontrado los míos.

Y fuera, el reloj del campanario daba las cuatro y media de la madrugada. Y la luna era llena...

1 comentario

olivia -

me alegro que se decidiera a meterte en su casa, en su cocina, en su habitación...