La literatura (IV)
Bueno, pues eso, buenas noches...
¡Jo!, no me dejes así, no tengo ánimos para bajar ahora solo a casa.
Si quieres... si te apetece, puedes subir un rato a casa y hablamos... Pero no tenemos que hacer ruido, que mi familia duerme...
Subimos por las escaleras y abriste despacito la puerta, para no hacer ruido. Entramos y fuimos directos a tu habitación.
Una vez allí, nos sentamos cada uno en un rincón de la cama, y con la luz de una sola vela comenzamos a hablar, y pasaron los minutos.
Si no te importa, voy un momento a la cocina, que necesito beber un vaso de agua.
Tranquilo, ve, te espero aquí.
Y cuando volví te encontré metido en la cama, con la sábana hasta el cuello.
Es que tenía frío y he pensado que aquí dentro dejaría de temblar.
Continuamos hablando de nuestras cosas, de nuestros problemas en la uni, de nuestras preocupaciones con los amigos, de nuestros planes de futuro. Y de pronto yo comencé a temblar. Quizá fuera por tu proximidad. Quizá porque realmente tenía frío.
Métete en la cama... si quieres. Aquí se está calentito.
Ya, pero es que la ropa me molestaría... Y además, se está haciendo tarde. Aunque yo estoy muy bien aquí, y no estoy nada cansado...
Pues quítate lo que te moleste y te quedas un rato más hablando...
Y mientras me quitaba la camiseta y los pantalones, vi tus ojos, que me contemplaban con deseo. Y al apartar la manta para dejarme entrar en la cama, te descubrí a penas vestido con la ropa interior... Y metí los pies dentro de la cama y encontré los tuyos, que tomaron los mío fríos, al tiempo que tus manos cogían las mías y comenzaban a acariciarlas, acercándote cada vez más a mi cabeza.
Y tus mientras tus manos recorrían el trayecto que les faltaba, tus labios hacía ya unos segundos que habían encontrado los míos.
Y fuera, el reloj del campanario daba las cuatro y media de la madrugada. Y la luna era llena...
¡Jo!, no me dejes así, no tengo ánimos para bajar ahora solo a casa.
Si quieres... si te apetece, puedes subir un rato a casa y hablamos... Pero no tenemos que hacer ruido, que mi familia duerme...
Subimos por las escaleras y abriste despacito la puerta, para no hacer ruido. Entramos y fuimos directos a tu habitación.
Una vez allí, nos sentamos cada uno en un rincón de la cama, y con la luz de una sola vela comenzamos a hablar, y pasaron los minutos.
Si no te importa, voy un momento a la cocina, que necesito beber un vaso de agua.
Tranquilo, ve, te espero aquí.
Y cuando volví te encontré metido en la cama, con la sábana hasta el cuello.
Es que tenía frío y he pensado que aquí dentro dejaría de temblar.
Continuamos hablando de nuestras cosas, de nuestros problemas en la uni, de nuestras preocupaciones con los amigos, de nuestros planes de futuro. Y de pronto yo comencé a temblar. Quizá fuera por tu proximidad. Quizá porque realmente tenía frío.
Métete en la cama... si quieres. Aquí se está calentito.
Ya, pero es que la ropa me molestaría... Y además, se está haciendo tarde. Aunque yo estoy muy bien aquí, y no estoy nada cansado...
Pues quítate lo que te moleste y te quedas un rato más hablando...
Y mientras me quitaba la camiseta y los pantalones, vi tus ojos, que me contemplaban con deseo. Y al apartar la manta para dejarme entrar en la cama, te descubrí a penas vestido con la ropa interior... Y metí los pies dentro de la cama y encontré los tuyos, que tomaron los mío fríos, al tiempo que tus manos cogían las mías y comenzaban a acariciarlas, acercándote cada vez más a mi cabeza.
Y tus mientras tus manos recorrían el trayecto que les faltaba, tus labios hacía ya unos segundos que habían encontrado los míos.
Y fuera, el reloj del campanario daba las cuatro y media de la madrugada. Y la luna era llena...
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olivia -