Distracción (IV)
Era sencillo conseguir algo para meterse en la boca en aquel mundo. Adentrándose un poco en el bosque de caramelo podía encontrar millones de bayas rojas, rosadas, verdes, azules,... cada cual más sabrosa. De los árboles de algodón pendían, casi en cualquier época del año, frutos carnosos de muy diversos sabores.
Además, con la mañana, se formaba sobre las hojas un rocío muy especial, azucarado y embriagador, del que no debía abusar, pues otros duendes sucumbían a su encanto y pronto pasaban la mayor parte del día borrachos.
Si caminaba en dirección al desierto de colores, se cruzaba con pequeños animales y otras alimañas, cuya carne era deliciosa incluso cruda. Y si le apetecía calentar un poco su estómago, podía volar haciendo círculos sobre el lago y pescar alguno de los peces o ranas que allí vivían, aunque con cuidado de no hacerlo cerca del monstruo que dormía en el fondo, ya que si le despertara, podría enfurecerse mucho y su vida correría peligro.
Pero si lo que realmente quería era degustar el mejor de los manjares, tenía que volar alto, muy alto, ir a las cumbres de las secuoyas milenarias, y allí, con suma delicadeza, robar algunos huevos de las libélulas, que hervidos con agua de lluvia de luna y sazonados con un poco de cuerno de unicornio rallado, podía alimentarle durante más de 4 lunas llenas, y aún sentiría el sabor del plato caliente en su boca...
Además, con la mañana, se formaba sobre las hojas un rocío muy especial, azucarado y embriagador, del que no debía abusar, pues otros duendes sucumbían a su encanto y pronto pasaban la mayor parte del día borrachos.
Si caminaba en dirección al desierto de colores, se cruzaba con pequeños animales y otras alimañas, cuya carne era deliciosa incluso cruda. Y si le apetecía calentar un poco su estómago, podía volar haciendo círculos sobre el lago y pescar alguno de los peces o ranas que allí vivían, aunque con cuidado de no hacerlo cerca del monstruo que dormía en el fondo, ya que si le despertara, podría enfurecerse mucho y su vida correría peligro.
Pero si lo que realmente quería era degustar el mejor de los manjares, tenía que volar alto, muy alto, ir a las cumbres de las secuoyas milenarias, y allí, con suma delicadeza, robar algunos huevos de las libélulas, que hervidos con agua de lluvia de luna y sazonados con un poco de cuerno de unicornio rallado, podía alimentarle durante más de 4 lunas llenas, y aún sentiría el sabor del plato caliente en su boca...
5 comentarios
Yo -
Juank -
kaveri -
¡Estos duendes...!
oroD -
Gea -