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Bajo Arboles Mojados

Intrusos (La intimidad robada)

Intrusos (La intimidad robada) No necesitó ver nada para saber que habían profanado su habitáculo. El frío, que se le metía por la punta de los dedos de los pies y alcanzaba todos y cada uno de sus huesos, se lo indicaba. Le indicaba que una presencia ajena había atravesado el umbral y había hurgado en su montón de botones (perdón, digo, besos). Además, las letras, escondidas en el baúl, habían sido pronunciadas, llenando el espacio vacío de sentimientos que, al no encontrar corazón en el sacrílego que había entrado en su morada, habían helado el ambiente.

Ahora, ni las lágrimas de libélulas que tenía almacenadas en discretas botellitas (también manoseadas por el intruso) podrían restaurar el ambiente de paz que antaño llenaba la habitación

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