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Bajo Arboles Mojados

26-3-06 La habitación cerrada

    (...) Quiso saber dónde estaba Boston.
-A unos trescientos metros de aquí -le contesté.
-¿Eso es tan lejos como el espacio?
-Si fueras en línea recta hacia arriba, te aproximarías bastante.
-Creo que deberías ir a la luna. Un cohete es mejor que un tren.
-Haré eso a la vuelta. Tienen vuelos regulares de Boston a la luna los viernes. Reservaré una plaza en cuanto llegué allí.
-Estupendo. Entonces podrás contarme cómo es.
-Si encuentro una piedra lunar, te la traeré.
-¿Y a Paul?
-Le traeré otra.
-No, gracias.
-¿Qué quieres decir eso?
-No quiero una piedra lunar. Paul se la metería en la boca y se ahogaría.
-¿Qué te gustaría?
-Un elefante.
-No hay elefantes en el espacio.
-Lo sé. Pero tú no vas al espacio.
-Es verdad.
-Y seguro que hay elefantes en Boston.
-Probablemente tienes razón. ¿Quieres un elefante rosa o un elefante blanco?
-Un elefante gris. Grande, gordo y con muchas arrugas.
-No hay problema. Ésos son los más fáciles de encontrar. ¿Quieres que lo traiga en una caja o con un collar y una correa?
-Creo que deberías venir montado en él. Sentado encima con una corona en la cabeza. Como un emperador.
-¿El emperador de qué?
-El emperador de los niños.
-¿Y tendré una emperatriz?
-Claro. Mamá es la emperatriz. Le gustaría. Quizá deberíamos despertarla y decírselo.
-Será mejor que no. Prefiero darle una sorpresa cuando llegue a casa.
-Buena idea. De todas formas, no se lo creerá hasta que lo vea.
-Exacto. Y no queremos que se lleve una desilusión, si no encuentro el elefante.
-Oh, lo encontrarás, papá. No te preocupes por eso.
-¿Cómo puedes estar tan seguro?
-Porque tú eres el emperador. Un emperador puede conseguir todo lo que quiere.

Paul Auster - La trilogía de Nueva York (La habitación cerrada)

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