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Bajo Arboles Mojados

Mi niño... perdona...

Mi niño... perdona... Tenía la costumbre de prepararse la ropa para el día siguiente antes de ir a la cama, y la dejaba en la silla debajo del escritorio. Aquella noche, cuando la dejó apilada, comprobó que tocaba la cara inferior del tablero de la mesa, y pensó con satisfacción el calorcillo que le iba a proporcionar el jersé grueso de lana, los miles de capas y la bufanda.

Entonces cayó en la cuenta de que sólo faltaban 12 días para Nochebuena.

El primer pensamiento fue de repulsa y depresión, pero enseguida decidió que estas navidades iba a intentar disfrutar de verdad.

Iba a espantar los malos rollos y cultivaría y cuidaría las amistades. Evitaría las comidas copiosas y procuraría convocar el máximo número de cafés y tés en buena compañía. Gastaría poco dinero (entre otras cosas, porque no le quedaba) y procuraría hacer la mayor parte de los regalos él mismo.

Y sobretodo, gritaría menos y sonreiría más a su hermano pequeño, el cual, al fin y al cabo, era la única razón que le mantenía con vida y en casa.

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